Hombre, vida, máquina. Corazón en la mano, ofrecido a todo, a todos, todo el tiempo. Sonrisa que no calla, que no afloja, que no tiembla. Que no tiene pudor. Sonrisa de niño en cuerpo de adulto; sonrisa de pájaro, de flor, de verano. Poesía que contamina, que arrasa, que avergüenza, que irrita, que sigue. El poema-fuego; siempre salido de ningún lugar, siempre dirigido a ninguna parte, a todas partes. El gesto teatral, el aleteo incesante de sus manos pequeñas, sus piernas que revientan el asfalto, el bolso que lo dobla a la mitad, las ganas hipnóticas de dar un paso más, uno solo, apenas uno, y abrirse camino hasta el lugar donde alguien lo espera, porque siempre hubo alguien que estaba esperando que llegara Felisardo Roibal.
La foto es de fines de 2011. Adentro, en La Proa, todos juegan al ajedrez. Por supuesto, silencio total. Afuera, Felisardo espera a su rival. Como hace calor, se saca la camisa. Después se pone a bailar en la vereda. Está a carcajada limpia. No entiendo mucho por qué, pero ya estoy acostumbrado a esas espontaneidades. Yo me limito a sacarle fotos. De vez en cuando le pido que baje un poco la voz, así no molesta a los que están jugando. No me hace caso. Mejor así.
Como siempre, estas palabras llegan tarde e importan poco. Intento vano de honrar tu excelencia, de recordarte, de pedirte disculpas por estar hablando ahora que no podés oírme.
Lloro tu muerte. Celebro tu vida.
Un abrazo, Feli.
Federico Viñas
No hay comentarios:
Publicar un comentario